Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 23 de octubre de 2016
Los humanos somos gente sencilla a la par que viajera. Vamos de aquí para allá y nos gusta recordar los sitios por donde pasamos. Por eso buscamos cosas sencillas que nos ayuden a recordar y evocar esos sitios en los que estuvimos. Cuando uno viaja, busca estos lugares para, armado de acompañante o de palo selfie, inmortalizarse junto a ellos y poder luego mostrar sus conquistas a familia y amigos.
A los humanos dirigentes por su parte, les gusta ser recordados y hasta sentirse autores y creadores de esas cosas sencillas con las que recordamos cosas y lugares, por eso les gusta crear símbolos, y en el caso de los lugares erigirlos y dejarlos ahí, erectos de por vida, a la vista de todos, posando como pacientes decorados tras las caras sonrientes de los humanos errantes. Así lo hizo Keops sin saberlo, Eiffel con su torre, el campanero del BigBen, Vespasiano con su Coliseo, Gaudí y familia, y hasta Carlos III con su Puerta de Alcalá. Así lo intentaron por aquí a lo largo de la historia los arquitectos de la almendra, Olaguibel y sus arcos, Cadena y Eleta, que no eran dos obispos sino uno, con su catedral y hasta Borrás con su monumento. Así lo intentó Cuerda con sus jardines, Alonso con su quinta torre o Lazkoz con su Toyota y los congresos, pero no.
Vinieron los turistas que no están para trotes ni ejercicios mentales y eligieron, puestos a ser sencillos, algo tan sencillo como el nombre de donde están. Y ahí están todos nuestros emblemáticos motivos olvidados y escondidos tras el macetero ese que dice, Vitoria Gasteiz! Y el autor de tan magnífico recurso para propios y extraños camino de Madrid. Que tiemblen de Carlos III a Tierno Galván. No falta mucho para que lo más fotografiado del foro no sea el Palacio de Oriente ni el oso encaramado a su madroño, sino un tiesto complejo en el que pueda leerse sin complejos: Madrid.
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