Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 8 de enero de 2017
Hasta hace años la máxima aristotélica aquella de que la virtud está en el centro gobernaba el mundo. El éxito estaba en no pecar ni por exceso ni por defecto. Esto de “por defecto” venía a querer decir que te habías quedado corto de resultados o largo de previsiones, y aquello de “por exceso“ que te habías venido más arriba de la cuenta o que habías sido cicatero en tus deseos. Pero llegó la informática, y el inglés, y nos pareció a todos que eso de traducir literalmente expresiones británicas era la panacea, aunque acabásemos diciendo lo contrario de lo que veníamos diciendo. Y así resultó que hoy, por no decir “by default”, decimos “por defecto” y puestos a aplicarlo lo aplicamos no ya sólo a lo que viene de fábrica, sino con el mismo entusiasmo a lo que se supone que es lo normal. Decimos, por ejemplo, que por defecto la sociedad es de tal y cual manera y nos quedamos tan anchos. Pero la cosa es que puestos a desmontar la máxima aristotélica, comprueba uno que el exceso se ha convertido en la medida por defecto. Vamos de exceso en exceso hasta el deceso final. El único defecto que contemplamos es la mesura. El que no come en exceso bebe en exceso, cuando no se anima y come y bebe en exceso, y el que ni lo uno ni lo otro es tachado de querer vivir en exceso. Gastamos en exceso y eso a pesar de que nos explotan en exceso, y hasta nos planteamos buenos propósitos en exceso. Pero es que hasta en eso de la corrección política nos volcamos con exceso. Si hay que opinar no buscamos puntos medios, no, nos hacemos más papistas que el papa, y nos excedemos. Si hay que condenar condenamos con rotundidad, y si no hay que condenar pues no condenamos con la misma rotundidad. Metemos un par de goles y ¡ala!, a montar el maracaná en la senda. Y así con todo.
¡Ayyy!, con lo bonito que era tener defectos y disfrutar de los excesos sin más…
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