Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 19 de marzo de 2017
El efecto Gaudí es el impacto que produce la irrupción repentina de la realidad en nuestras fantasías. Ocurre cuando nos ausentamos tanto dentro de nosotros mismos que no advertimos la inminencia de un atropello. Este no siempre llega a producirse, a veces queda en susto y a veces en muerte, como le pasó a Gaudí cuando se despertó de sus cosas debajo de un tranvía. Yo mismo llevo unos días acumulando sustos de tan feliz que voy con mis pensamientos. Afortunadamente digo sustos, porque las muertes no se acumulan, por lo menos las propias. Y hablando de felicidad, resulta curioso como en esto del efecto Gaudí es también aplicable la distinción entre jappis y amargaos de la que hablaba el otro día.
Cuando el jappi vuelve al mundo junto al vehículo que se disponía a atropellarle, primero se sorprende, luego se disculpa y finalmente sonríe. Se ablanda así la naturaleza malvada del involuntario aspirante a atropellador, de forma que, las más de las veces, termina igualmente por sonreír. La vida sigue su curso para victima y victimario y ambos reanudan sus itinerarios con una sonrisa en los labios.
Sin embargo, cuando un vehículo sorprende al amargao, igualmente absorto en sus malos pensamientos, éste ni se disculpa ni sonríe. Es más, alza sus brazos y sus labios y expele toda una retahíla de reproches y hasta amenazas al pobrecito atropellador. La culpa de su despiste es suya, pero no lo admite, y mira además alrededor buscando en los testigos apoyo para su mala baba. El conductor, lógicamente, se sube al carro y se suma a lo de los insultos, y tras un tira y afloja se van los dos cada uno por su lado enfadados y molestos.
Y es que en esto como en todo, el efecto Gaudí en particular y el encuentro con la realidad en general, lo mismo da que sea susto o muerte, pueden terminar con una sonrisa o con una bronca, y puestos a elegir…
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