Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 16 de abril de 2017
Aquí andamos resucitando un año más camino del lunes de pascua y a la espera del martes en que concluiremos aquello de que la semana santa de hoy ya no es como las de antes. Nos reiremos de aquellas procesiones a las que íbamos obligados mientras comentamos los atascos de ida y vuelta en los que hemos pasado más tiempo que en la playa. Comentaremos jocosos la costumbre aquella de visitar monumentos mientras enseñamos en el móvil el catálogo de postales de nuestro viaje organizado. Alguno habrá que muestre cierta repulsión por esos penitentes que se flagelan públicamente mientras busca un ibuprofeno para seguir mitigando el castigo que se ha metido a golpe de pelotazos. Hablando de dolores de cabeza llegará también quien recuerde aquellos días de antaño en que sólo había música sacra mientras cuenta lo harto que ha terminado del reggaeton. De las limosnas forzadas no nos acordaremos hasta que recibamos en el extracto de la visa las cuentas de garitos y terrazas. Seguiremos recordando como cosas de otro tiempo los ayunos, mientras compartimos la crónica de esa singular gastro experiencia que acabamos de vivir comiendo aire con humo a precio de caviar. Habrá quien, mientras cuestiona lo arcaico del vía crucis, relate con pelos y señales la singular experiencia de viajar en trasportes públicos en fechas señaladas, con trasbordos inverosímiles, compañeros de viaje dignos de una película de Berlanga, y más estaciones de parada que las 15 del vía crucis ese de marras. Y eso por no hablar del rosario de amarguras familiares y domésticas que nos asaltan cuando nos olvidamos de lo principal: que no basta reírse de aquellos penitentes en blanco y negro para luego terminar por convertirse en penitentes dos punto cero, que lo suyo es vivir la vida como un premio más que como un castigo, y que para los premios no hay penitencia que valga.
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