Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 7 de mayo de 2017
Es bonito viajar. Se viaja a veces por el mundo y otras sin moverse del sofá. Pero para que los viajes funcionen hacen falta sitios a los que viajar. Parte de esos viajes se basan en lo que construimos y mantenemos. El patrimonio del que tanto presumimos mantiene viva la esencia de esos itinerarios por nuestro pasado en los que disfrutamos y de los que nos enorgullecemos cuando recibimos visitas. Otra parte, la de los viajes por los recuerdos, se basan, por desgracia, en lo que destruimos porque despreciamos. Son esas cosas que pensamos viejas y reemplazamos por otras más nuevas pero no necesariamente mejores. Lo hicieron los que taparon pinturas románicas con retablos mediocres que en su día fueron buenos, o los que derribaron plazas de abastos o estaciones, o los que cambiaron aquellos mostradores llenos de cajones de las viejas ferreterías por locales más funcionales y modernos. Sólo algunos sobreviven. Por eso gustamos de entrar en esos cafés por los que no pasa el tiempo, sólo los clientes. El propietario tiende a ser un poco negligente, el empresario no piensa en sueños, sólo en beneficios, y el legislador establece normas y protocolos para mantener vivo el patrimonio ese de todos. Pero a veces resulta que el legislador es un poco propietario y un mucho empresario, y se le escapan detalles. Y el común aplaude lo que en apariencia es renovación y progreso y en definida es una salvaje agresión al patrimonio colectivo. En esta Gasteiz de mis dolores somos muy dados a ello. Lo hicimos con la tienda aquella que tenía un tabique móvil en la calle de las postas y lo hemos vuelto a hacer, sin cambiar de calle ni de acera, con un local que hubiese sido de los de mantener y visitar, por lo que de patrimonio tenía. Pero ya no hay ni cuatro, ni tres, ni dos, ni uno, ya no hay azules en Postas. Y todos callados y dando palmas.
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