Recuerdo a menudo una anécdota que creo que se atribuye al responsable de seguridad de uno de los alfonsos, de los borbones me refiero. Se refiere a lo que el policía contestó al rey cuando éste le preguntó por la seguridad de que realmente disponía cuando andaba por la calle. El policía le contestó: si me pregunta por la posibilidad de que alguien que atente contra usted escape, le diré que eso es imposible. Cien años más tarde la respuesta sigue siendo la misma. La policía y los servicios de inteligencia en que se apoya se parecen cada vez más a los economistas. Son capaces de explicar con enorme precisión lo que ha ocurrido una vez que ha pasado, pero absolutamente inútiles a la hora de predecirlo. Cada vez que ocurre algo como lo que estos días ha sucedido en Catalunya, apenas tardamos unas horas en saber nombres y apellidos, lugares de alquiler, viajes y hasta la tienda, el modelo y la tarjeta con que pagaron los cuchillos. Toda la intrusión en nuestra intimidad, que se nos vende como un sacrificio en beneficio de nuestra seguridad, sólo sirve para llenar las hojas de los periódicos del día después, y para que nuestra familia y amigos, si nos ha tocado en suerte aquello de la muerte, sepa con precisión quién cómo y con qué nos mató. Bueno, nuestra familia y amigos y el resto del mundo, que anda que no nos enteramos todos hasta de lo que no nos importa lo más mínimo. Pero a lo que íbamos, después de todas esas páginas leídas, el por qué y el para qué sigue siendo confuso, porque esa es la otra. Toda esa información que nos inunda cuando todo ha pasado nunca aclara las razones ni alumbra los motivos. Y desconocidos éstos, e incapaces que somos según parece de prevenir los ataques futuros hasta que se producen, uno tiene la sensación de que nos invaden los nuestros en nuestra intimidad y nos asaltan los otros en nuestra ingenuidad, y somos víctimas por partida doble o triple. Somos carne de cañon a la que se saquea su intimidad impunemente mientras se le engaña con miedos y rencores. Y así nos irá hasta que nos de por probar si los adivinos del pasado son capaces de adivinar su propio final.
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