A mi vecina se le perdió el paraguas. Esto, que en un día soleado no pasaría de ser una anécdota, supuso el inicio de una serie de acontecimientos que tuvieron consecuencias catastróficas, al menos así es como lo vivió mi vecina. Su pelo, recién salido en color y forma de la peluquería, quedó por decirlo claramente, en estado ruinoso. La ruina se extendió a la cartera que, sin cicatrizar aún la herida causada por el peluquero, se vió amenazada por una nueva sangría para deshacer el entuerto. Con las bonitas sandalias de verano ocurrió algo parecido. Y mira que eran monas, casi tanto como caras. Pues quedaron como mucho para salir a la terraza a colgar la ropa. Hablando de ropa, y aunque ya sabía ella que no era culpa del paraguas, hay que ver que desperdicio en jabón y suavizante, que la lluvia intempestiva arrastró toda la mugre que flotaba en el aire y dejo la colada con olor a todo menos a jazmín ni lavanda. Me contaba esto la vecina toda sofocada, ahogada en sus penas y tan atenta a lo suyo, que apenas se dio cuenta del vendaje de mi mano, del cabestrillo de mi brazo y del morado intenso de los alrededores de mi ojo. Y todo porque ya ve ustéd, la lluvia que arruinó su permamente y sus mechas californianas, la misma que anuló el suavizante aroma de sus lavanzas y dejó para el contenedor las sandalias de boutique, esa misma lluvia fue la que mojó el suelo y las baldosas que lo embellecen. Y eso no es en sí una desgracia ni una catastrofe, de no haber sido por conjugarse con una mala elección de mis zapatos que no estaban preparados para el agua y zasss, dieron con mi muñeca en cabestrillo y con mi ceja luciendo puntos sobre un círculo morado. Pero eso para mi vecina no pasaba de ser un accidente, lo suyo si que era una catástrofe.
Nota.- Estas líneas son pura ficción, en parte, lo de los zapatos me ocurrió, pero avisado que está uno no hubo lugar al ropezón, bastó con aplicar una dosis extra de precaución. Vamos, que no me he caido ni tengo el brazo en cabestrillo 🙂
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