Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 22 de octubre de 2017
Tengo una amiga que me dice con frecuencia que el indicador de que no evolucionamos está en cómo terminan siempre las disputas. Lo mismo da que nos pongamos en el siglo primero, o en el veintidós que aún no ha llegado. Lo mismo da que sean robots o dinosaurios quienes se enfrentan. Tampoco es relevante que haya armas químicas, rayos láser, espadas, carabinas, mazas, machetes, rayos desintegradores, metralletas o cualesquiera arma que la imaginación o la historia sean capaces de traernos a la mente. Llegados a lo definitivo, las únicas armas que valen son los puños, y ya sean cavernícolas o astronautas quienes se enfrentan parece, tal como es la vida que nos cuentan las pantallas, que nada puede arreglarse si no hay una ensalada de las cosas esas que dan los curas ya casi al final de las misas. Por eso resulta chocante en días como estos en los que vivimos, que parezca mentira que de esto no sean conscientes quienes nos dirigen y gobiernan, lo mismo da que hablemos del barrio o del pueblo, del municipio, del territorio, del acumulado de territorios, del reino y hasta del continente entero. Que déjeseme usted de que si el 155 o el 33; o de las alegaciones al tranvía; o del dique de aquí o el pantano de allí, o de que si el polígono este o el otro. Que no me hable usted de artículos y reglamentos, que sepa que, como lo tengo muy bien visto en el cine, ya lo vea en pantalla grande, en la de plasma o hasta en el móvil, lo mismo me da que hablemos de juego de tronos o de star trek, que lo que no se arregla a las buenas se arregla a puñetazos; y llegados a las manos, no hay listos ni tontos, sólo estamos dos tipos de humanos: los que rompen cosas con las manos y los que rompemos manos con nuestras mejillas. Pero bueno, que si de ser humanos se trata, lo mismo nos dejamos de películas y hablamos las cosas a ver si evitamos daños.
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