Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 5 de noviembre de 2017
Nunca tanto como hoy las fotos son parte de nuestra vida, y sin embargo como que parece que no les damos la importancia que tuvieron cuando eran más escasas. Que lejos nos van quedando los días aquellos en que las fotos se sacaban a ciegas. Se oía el click de la cámara y se confiaba en que todo hubiese pasado en orden y concierto a la película. Aquellos carretes que había que llevar luego a revelar y esperar para ver el resultado. Si no era bueno la cosa tenía mal remedio y a la mierda los recuerdos. Quien más quien menos, tenía en el armario del salón un recoveco para guardar los álbumes de fotos como un tesoro. De cuando en vez, la familia se sentaba, como terapia o porque venía una visita, se sacaban aquellos gruesos tomos y se pasaban las páginas cargadas de recuerdos. Cada foto se comentaba e incluso era utilizada para aleccionar de una generación a otra en el historial familiar. Hoy todo aquello es algo lejano. Cada uno llevamos ese armario propio y hasta incluso el de amigos y vecinos en el bolsillo. Sacamos las fotos, las compartimos, y sin apenas digerirlas las olvidamos. Ya no son un tesoro, se gastan rápido de baratas que son y de poco que cuestan. Y sin embargo, a veces parece que vivimos por ellas y para ellas. Pase lo que pase a día de hoy lo único seguro es que alguien lo fotografía, y a menudo hay casi más fotógrafos que protagonistas. Pensaba yo estos días viendo el despliegue de móviles y selfies del que hacían gala voluntarios y figurantes, que si hace cuarenta y un años hubiese habido en Zaramaga tantos fotógrafos como los que está habiendo estos días en el rodaje de lo del tres de marzo, no quedaría nadie sin identificar, claro que, por las mismas, igual no hubiese habido ni huelga, ni asamblea ni nada de nada, preocupados todos como estaríamos más por el selfie que por la vida. Puro narcisismo.
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