Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 10 de diciembre de 2017
Se nos llena la boca de palabras grandes que nos explotan en los labios y luego va la vida y se nos vacía en pequeños gestos que a diario nos delatan. Deambulamos por ahí pontificando solidaridades, denunciando injusticias, abusos y atropellos varios, y a la que nos descuidamos resulta que adolecemos de mucho de lo que presumimos. Pongamos un par de ejemplos, a ver si nos vemos retratados, y si no nos vemos en la foto enhorabuena, a seguir cuidando esos pequeños gestos que nos hacen humanos más llevaderos.
Vamos al bar, pedimos algo y nos lo llevamos a la mesa de dentro o a la de fuera para la cosa de fumar. Nos damos a la charla y cuando cumplimos el tiempo nos vamos sin mirar para atrás. Sobre la mesa, lejos de la barra, quedan vacíos los vasos y las tazas, y llenos los ceniceros y otras papeleras. Es trabajo del servicio recogerlo, nuestro no. Y sin embargo, que poco cuesta y que sonrisas vale dar una pequeña vuelta antes de irse y acercar nuestros cascos a la barra antes de seguir nuestro camino comentando las incidencias diarias.
Otra más.
Tratamos de encontrar un sitio donde aparcar nuestro vehículo. Vamos dando vueltas despacito, como un buitre cualquiera en busca de su premio, que no es otro que el sitio suficiente para colocar el pedazo de hierro que nos mueve. Y nuestra indignación va creciendo según vamos comprobando que sitio hay, pero mal repartido. Que otros como nosotros han aparcado de forma tan generosa consigo mismos como poco solidaria con los demás. Y la cosa es que pocos hacemos una maniobra de más para tratar que el que nos sigue encuentre el sitio justo. Es más, incluso a veces lo hacemos a posta y hasta pensamos que es lo suyo esa forma de defender lo nuestro a costa de lo del resto. Y luego nos vamos, con las llaves en la mano, a seguir pontificando ajenos a esos pequeños gestos que nos retratan.
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