Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 11 de febrero de 2018
Es febrero y después de unos años de descanso el invierno ejerce de tal y el frío vitoriano vuelve por donde solía. Algunos días hace incluso más que fresco. Tengo ecografía a una hora intempestiva, como diría un viejo conocido a las nueve de la madrugada, lejos aún de las horas templadas del día. La auxiliar es diligente y ahí queda el Javier tumbado en la camilla a pecho descubierto y con la luz mortecina mirando al techo. Y pasan los minutos, pongamos que del orden de los diez, aunque quizás fuesen nueve. Digamos ocho para que no pasar por exagerado. Ocho minutos tumbado, quieto y a pecho descubierto. Y uno que es de los que hasta en el más riguroso de los veranos se pone aunque sea un pañuelo en la tripita, pues ahí que se va quedando helado. Y llegada que es la especialista, me comenta que estoy en lo cierto y hasta me anima a poner el caso en manos de atención al paciente. Porque si uno que es joven y vitoriano pasa frío en estos trances, no le quiero ni contar lo que pasan nuestros mayores. Y ahí lo de nuestros mayores no es cuestión de género, o si. Porque me indica mi informante que a las señoras cuando van a sus exploraciones, les dan una batita para que no queden a pecho descubierto, pero a los machotes no, y lo mismo que se decía de lo poco que tiene que ver tener o no tener ciertas partes para comer trigo, pues uno añadiría que para lo del frío más de lo mismo. Y la cosa es que me dice también que cada vez que hay quejas con lo de la temperatura va y viene el sabio con el detector de grados, termómetro que decíamos antes, y con su camiseta puesta debajo del jersey y de la bata concluye que hace la temperatura correcta. Y digo yo, que para tomar estas decisiones, lo mejor era ponerle a medir la temperatura tumbado diez minutos a pecho descubierto, y verás como a la siguiente tenemos las mantitas ahí a mano.
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