Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 11 de marzo de 2018
Los ricos son una raza peculiar. No tienen recato ni medida de las cosas, bueno si que la tienen, pero siempre es todo lo contrario al pret a porter. Su medida de las cosas es siempre hecha a medida suya. Bien sabido es que los ricos lo son porque combinan con maestría dos habilidades: gastar poco e ingresar mucho. Lo suyo vale siempre más que lo de los demás, de forma que al final juntando un poco de aquí y otro de allá acabamos por diferenciarnos de los otros y conseguimos dejar una buena herencia y un panteón hermoso en una calle principal del cementerio, para que recuerden los vivos que van camino de los humildes nichos de los suyos quién fue rico y quién tan sólo un mortal más.
En estas estaba yo pensando el otro día en un bar cuando entraron unas señoras muy principales ellas. Señoras de esas que ejercen de tales con independencia de su edad o de su estado civil; con alarde de categoría y ostentación de nombre, del de la marca de sus complementos quiero decir. Gente en definitiva que viene a pagar en el bar lo mismo que los demás, pero que de pronto, se vienen arriba y estiman que su copa no tiene el vino suficiente. Y nada de decírselo de “usté” al profesional que les atiende. Se lo dicen a voz en alto y de tú, porque los ricos entienden que el profesional que les atiende es en realidad el chico que les sirve, y de todos es sabido que los marqueses tratan de tú a los lacayos y los lacayos de “usté” a los marqueses. Total que el profesional, sonrisa en ristre les agradeció el comentario y les cobró la consumición. La rica señora se ve que tenía más sed que ganas de pagar, y ahí se quedó, con las amigas comentando la racanería del bar y el descaro del chaval. Sólo les faltó decir aquello de ¡cómo está el servicio! A lo que los parroquianos hubiésemos contestado a coro: Pues como siempre señoras, al fondo a la derecha.
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