Publicado en Diario de Noticias de Álava el domingo 1 de abril de 2018
Los escasos vitorianos que nos hemos quedado al cuidado de la nave en estos días vacacionales estamos aprendiendo mucho. Eso sí, para hacerlo tenemos que irnos al centro, porque la periferia, sobre toda alguna periferia como por ejemplo San Cristóbal, se queda desierta. Casi que ruedan por las calles los ovillos esos de las pelis del oeste. Di que de esto también podría aprenderse. Porque cuando crezcan las vías por donde ahora se talan los árboles, días como estos en el tranvía no va a ir ni el chofer. Pero a lo que vamos. Que tenemos estos días el centro invadido de procesiones. De las de siempre poco más que aprender hay que lo que ya tenemos aprendido. Pero de la nueva procesión que invade calles, plazas, tascas, pensiones y a veces alguna tienda, de esa sí que podemos tomar nota. Porque a ver, ¿quién de los que quedamos no se ha sonreído viendo a los turistas circular aislados en su GPS? ¡Vaya daño que ha hecho el cacharrito ese que empezó siendo un teléfono y va a terminar por ser más nosotros que nosotros mismos! Viendo a nuestros turistas tiene uno la impresión de que, aparte de la de algún camarero, alguno va a volver a casa sin saber como suena la voz de Vitoria, salvo que la del GPS sea de aquí. Y sabrán que han estado en Vitoria por la foto en el matojo de la Virgen Blanca, que si no lo mismo ni eso. En fin, que todos yéndonos a no sé cuantos kilómetros para llegar a un sitio y no hablar con nadie, ni conocer nada más allá de la voz robotizada de nuestra guía espiritual de bolsillo. Y alguien me dirá… ¿y qué es lo que tenemos que aprender de todo eso? Pues está muy claro: a evitar con nuestra forma de visitar los sitios a los que viajamos que algún columnista local pueda escribir de nosotros una columna como esta. Dicho de otra forma, dejar el GPS en el hotel y recuperar la vieja costumbre de hablar y preguntar.
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