Publicado en el Diario de Noticias de Álava el domingo 13 de mayo de 2018
Hay frases que nacen en películas y crecen en la vida hasta hacerse independientes. Una de esas es la que dice Igor, perdón, Aigor, en el jovencito Frankestein. Estaban en un cementerio, desenterrando un muerto, y dice el susodicho Aigor, “podría ser peor, podría llover”. Estalla un relámpago seguido de un trueno y comienza a jarrear. En el barrio en el que vivo parece que el guión nos lo ha escrito el mismo guionista. No contentos con querer quitarnos las vías que nos defienden nos meten las vías que no queremos y encima vienen a rematarnos. De aquí a unos días nos visitarán en nuestras propias casas técnicos cualificados con el objeto de convencernos de que somos un barrio degradado y así debemos exigirlo. Uno pensaba que eso bueno no es. A fin de cuentas alguien degradado es alguien privado de las dignidades, honores, empleos y privilegios que tenía; alguien humillado, rebajado, y hasta envilecido. Como mínimo es aquel que se ha venido abajo, y carece de las fuerzas, intensidades y tamaños que tenía. Carece o las presenta no como eran antaño, sino reducidas y desgastadas. Viejas en una palabra. Degradado o antiguo nos dicen, como si fuese lo mismo, y no lo es. Degradado es viejo y la antigüedad es un grado. La cosa es que nos van a contar que ser un barrio degradado es un bombón, algo que nos debe llenar de orgullo y satisfacción, porque tendremos acceso a grandes caudales de subvención y seremos con el paso de los años y los euros un barrio de sumo agrado. Con la cabeza alta iremos por ahí diciendo que no somos de un barrio cualquiera, que el nuestro es un barrio degradado y además con certificado de ello. Y uno se acuerda del cementerio de Aigor y piensa que podría ser peor, que más vale ser degradado que degenerado, y que virgencita, virgencita, visto como es el futuro, que me quede como estoy, aunque no tenga grado.
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