Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 31 de octubre de 2018
Mientras hierven los garbanzos en la olla estaba yo pensando en huesos. No en los que me duelen según van pasando los años y llegan los cambios de tiempo sino en los huesos de santo. Los pobres. Estrellas que eran hace años en los escaparates de las pastelerías y condenados hoy en día a ser apenas un simple testimonio. Los pocos de ellos que aún resisten al invasor miran con ojitos de gato a niños y mayores vestidos de Harry Potter camino de la hamburguesería. Los más avispados tratan de disimular su rancio origen poniéndose naranjas como la calabaza y tratando sin éxito de imitar su sonrisa terrorífica e iluminada. Truco o trato dicen hoy los pequeños que piden caramelos. Y los buñuelos ahí, abandonados junto a los huesos mientras los mayores buscamos los disfraces y calentamos los maquillajes para el fiestón de jalogüín. Hay quien los encuentra a la primera y a quien le cuesta más encontrarlos, perdidos como están debajo del sombrero de San Patrick, y tapados por la barba de Papá Noel. Los cementerios abren como cada día, pero cada vez reciben menos visitas de las de no quedarse. Los niños están de danza, los medianos de resacón y los mayores aprovechando el puente. Las pastelerías cierran, como cierran los viejos restaurantes. Las floristerías venden, pero ya no hacen su agosto en las puertas de noviembre. Florecen las pizzerias y los burguers, las franquicias globales de pasteles y helados y hasta las chuches se compran en cadena, que los viejos carricos de golosinas también son historia. Desaparecerán algún día las castañas y comeremos zarigüellas y nueces de California, y eso sí, entre fiesta y fiesta de estas importadas nos quejaremos de estos que vienen de fuera a dejarnos sin nada sin darnos cuenta de que son otros los que nos están dejando sin huesos y en los huesos. Uy, y me voy que ya se han hecho los garbanzos.
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