El culo y el progreso

Publicado en Diario de noticias de Álava el miércoles 26 de diciembre de 2018

El progreso consiste a veces en desechar lo bueno que inventamos. Ingenios antiguos, viejunos, nacidos de lo que enseña la experiencia que pasan a ser demodé y que, sin embargo, hacían uno función que los nuevos no cubren. Y de cubrir hablamos.

Da gusto ver a los operarios de los gremios hoy en día. Es encomiable el esfuerzo de ergónomos y diseñadores que queda de manifiesto en su atuendo, y eso por no hablar de la seguridad. Esos chalecos impermeables de goretex, con logotipo y colores perfectamente estudiados para mayor gloria del branding (que no viene de brandy sino de brand, que es marca en inglés). Esos cinturones que parecen concebidos por el mismísimo McGiver, con multiherramientas, metro láser y soporte para el móvil. Esos zapatones de punta anti percances, guantes ergonómicos y bandoleras varias. Todo un canto al progreso hecho diseño y sin embargo hay algo en lo que la mayoría de los creadores fallan y es en los pantalones. Y no hablo de los bolsillos estratégicamente dispuestos, ni de los refuerzos en rodillas u otros sitios. Hablo de lo mucho que les cuesta a los modistos de los gremios agacharse y ver lo que ocurre por detrás. El pantalón se convierte en balcón y aún con todo el progreso del mundo sigue siendo inevitable que cuando el operario se pone en cuclillas asome con mayor o peor fortuna la hucha esa que todos llevamos allá donde la espalda pierde su nombre. Y ahí es donde el progreso pierde su nombre también. Compartía el otro día estas reflexiones con un buen amigo, y cuando manifestaba mi decepción porque la humanidad no haya inventado aún un uniforme que evite estas visiones no siempre agradables, me dijo: “¿cómo que no? está inventado y hace mucho tiempo, y se llama buzo”. Y dije yo, pues vaya que sí, pero por desgracia, el buzo se nos ha quedado antiguo, y los pantalones, como siempre, caídos.

 

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