Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 27 de marzo de 2019
No entiendo esa insana obsesión de algunos por quitar las opiniones ajenas en vez de exponer las propias, esas de las que, por lo que se ve, carecen. Quitan carteles, arrancan pegatinas, desanudan los lazos que otros atan y son incapaces de decir nada a cambio. Sólo pueden ofrecer lo que son y lo que tienen: el silencio de los borregos. Lo mismo da que hablemos del tranvía del sur que de la independencia de Catalunya. Hay quien manifiesta su opinión y la hace visible y quien se dedica a tratar de silenciarla por la vía del tachón. Son el perro del hortelano en el mundo de la expresión, ni dicen ni dejan decir. Habrá para quien esta obsesión por el aseo callejero sea la única forma de expresarse que tiene la mítica mayoría silenciosa. No me vale. Habrá quien opine que la calle no es el espacio para el cruce de opiniones en paredes, y que llenarla de carteles y mensajes la convertiría en vertedero incontrolado de ideas. Pero si algo hay tan antiguo como las ciudades son los mensajes en los espacios públicos. Ahí está Pompeya. Además, parte de la trampa en que se basa eso de la “desafección política”, es la de trasladar la idea de que la calle no es un espacio de debate, que para eso están los parlamentos, y que la ciudadanía no es un agente autorizado a expresarse más allá de la urna y de los procedimientos de participación diletantes. ¡Qué lejos nos quedan los foros romanos y las tertulias educadas de los cafés! Y ahí estamos, unos dando voces en los bares y otros, o quizás los mismos, arrancando carteles por las noches. ¡Con lo fácil que les sería escribir y publicar sus opiniones! Aunque claro, para eso hay que tener opinión y conocimientos para escribirla. Mientras tanto, y puestos a pedir, que por lo menos tengan el detalle de tirar al contenedor adecuado los carteles que retiran, y ya puestos a reciclar, que se reciclen.
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