Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 17 de abril de 2019
En la vida están nuestros dramas y luego están los dramas nuestros, y es curioso como a veces confluyen frente a nuestros ojos en tropel y no siempre gracias a los ojos nuestros. El lunes nos acostamos con una gran desazón. Ardía Notre Dame. No es la primera vez que una catedral arde. A lo largo de la historia es algo relativamente frecuente. De hecho, muchos de los grandes edificios que hoy conocemos, nacieron sobre los restos quemados del anterior. Me viene a la cabeza el oportuno incendio de la catedral de Chartres, allá a finales del lejano siglo XII. Pero no es tampoco un fenómeno medieval. Similar en proporción y daños al de ayer, fue el que sufrió en los sesenta otra de las grandes joyas del gótico, la catedral de León. Pero lo de París ha ocurrido hoy, en la era de los drones y el instagram. Es, frente a los desastres narrados de antaño, un incendio 4.0 con todo lo que eso conlleva de dramatización y de exhibición de sensiblería en tiempo real. Y mira que uno le tiene apego a ese edificio. De hecho en su día, y para disfrutar mejor de su esencia, me apunté a una misa mayor, con su órgano y su boato ¡y sin cámara de fotos! Fue toda una experiencia. Pero como decía, tras estos nuestros dramas están los dramas nuestros. Al día siguiente del incendio, y ya más tranquilo oyendo que el desastre no era total, enciendo el móvil y ¡zas! va el Facebook y me recuerda una foto de hace años. Era el interior de la vieja iglesia de un pueblecito de Burgos, Hiniestra, abandonada y en proceso de autodemolición. Y pensé en que sin ir tan lejos, aquí a nuestro alrededor agonizan iglesias pequeñas y modestas, pero nuestras, que se van cayendo sin remisión. Esos dramas son nuestros, porque en nuestras manos está evitarlos, no como nuestros dramas planetarios, con los que nos basta compartir un lazo o ponerles una cara con lagrimita.
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