Publicada en Diario de Noticias de Álava el miércoles 15 de mayo de 2019
Tras tres legislaturas en el cargo, Roberto Ortiz se vuelve al lugar que nunca ha dejado: su Puebla, su casa y su trabajo. No es noticia que él, como muchos alcaldes en estos días, dejen los sillones y vuelvan por sus fueros. Lo es que en la despedida reciba un espontáneo agradecimiento como el que se vivió el sábado pasado en la plaza de La Puebla de Arganzón. Guardia romana, bares volcados, gente mucha y diversa y hasta disco móvil. Se emocionó él y todos. Y para pasar la emoción, después de las palabras vinieron los bailes y ahí terminaron todos con el zumba a todo trapo. Puede que haya quien se pregunte ¿y todo esto por qué? Pues porque trayectorias como las de Roberto devuelven la fe en la política, en la grande, en la de verdad. Que a veces basta con que las cosas arranquen desde abajo y que la gente se ponga a gestionar lo suyo, con honradez y haciendo pueblo, paso a paso, con aciertos y tropiezos. Como él mismo dijo: “en todos estos años habré metido la pata, pero no la mano”. Y a partir de ahí, desde la independencia y con un buen grupo de colaboradores, a construir pueblo, reconstruir convivencias y destruir recelos. Y no lo ha tenido fácil. Tuvo que derrotar sospechas de ser esto o lo otro a golpe de actitudes diarias, siendo de verdad eso que de boquilla dicen muchos: un alcalde para todos. Hoy La Puebla luce instalaciones deportivas, áreas de paseo por la naturaleza y por la historia, instalaciones culturales, una depuradora modélica, calles, plazas y, sobre todo, un espacio de convivencia más amplio y menos tenso que el que encontró hace doce años. El puente físico, el que permitirá aliviar de carga al puente medieval, se queda en camino, pero los que importan, los que sirven para conectar a las personas, ahí están. Creo que me sumo a un sentir generalizado en La Puebla si te digo, amigo Roberto, Eskerrik Asko.
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