Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 5 de junio de 2019
Cíclicamente nos engañamos pensando que la tecnología nos hará libres. Ocurrió en los ochenta con la popularización del vídeo y la aparición de los nuevos canales de televisión. Al final nos hartamos de ver las bodas de los amigos y las vacaciones del cuñado y de lo de las televisiones ya ni hablamos. Berlusconi, Lara, teletiendas, tarots y farándulas varias y mucho futbol. Nació Internet y volvimos a caer en la trampa. Pensamos que definitivamente se acababa el monopolio informativo y al final tenemos lo que tenemos. Más de lo mismo y además un altavoz estupendo para bocazas, torticeros y engañabobos. Hemos caído en la red y nos han pescado. La tecnología y el lenguaje no sólo no cambian nada sino que multiplican los vicios y su alcance y además los enmascaran. Hablamos de los bulos y de los virales, pero parece que nos olvidamos que no dejan de ser los rumores y las habladurías de siempre. Gente que habla de gente, de su vida, sus negocios, de sus amores y sus desamores. A veces conociendo, las más sin tener idea. Y no es cosa que ocurra sólo en las redes, que esa es otra. Tendemos a pensar que el mundo que vemos fuera no tiene nada que ver con el nuestro, y sin embargo, quien más quien menos lo ha sufrido en su persona o en su entorno ¿Y qué buscan con sus palabras los que hablan del vecino, del compañero o del amigo? ¿Hacerle feliz? No creo. ¿Defenderle? No parece. Buscan a menudo mantener su estatus de ser sus protectores, porque a cuenta de sus favores te acaban haciendo débil. Y frente a esto sólo cabe un arma: cerrar los oídos al que te lo cuenta y la boca para no repetirlo. El que te aprecia se alegra de que seas feliz, el que no trata de que no lo seas. Pensar eso te ayuda a darte cuenta de quién te estima y quién no. Y eso pasa aquí y en Pernanbuco. No hay nada más común que la envidia que produce la felicidad.
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