Publicado en Diairo de Noticias de Álava el miércoles 12 de junio de 2019
Dicen que los archivos son aburridos. Se trabaja en silencio. A las gentes que se dedican a ordenarlos, mimarlos y curiosearlos les llamamos ratas de biblioteca. Nos los imaginamos con gafas, lápiz en la oreja, gesto aburrido y papeles entre las manos. Claro, es mucho más divertido sacarnos fotos y guardarlas en la nube. Pero, ¡Ay de nosotros el día que escampe y salga un cielo azul y limpio sin nubes en que recordarnos! La gente no sabe que en los archivos habitan papeles con muchos años y con mucha vida. Impresiona tener en las manos un papel en el que estampó su firma un tatatatatarabuelo tuyo. Enternece imaginar al párroco o al escribano, a la luz de la vela, dando fe de alegrías o de tragedias hace siglos. Divierte encontrar, bajo el lenguaje alambicado de los notarios, historias que te llegan al alma. Os voy a contar una: 1836. Comparecen ante un escribano de Vitoria un subteniente y el cura de su batallón. Hechas las presentaciones el militar relata que “hallándose de guarnición en la villa de Bilbao entró en relaciones de amistad con …, también soltera, que vive en compañía de su madre, viuda de aquella vecindad, y estrechándose más y más su mutuo cariño y atendidas sus geniales simpatías se dieron y se prometieron palabras de futuro matrimonio …. Que en tal confianza y estimulado por la fragilidad de la carne tuvieron entre ambos repetidos accesos carnales y de sus resultas quedó embarazada la dicha Dª … y al tiempo ordinario dio a luz una niña…”. Conciso y bien contado. ¿Se casaría finalmente el aguerrido soldado o acudiría al frente con más ahínco si cabe buscando la gloria y el martirio? Una historia más de las que duermen en nuestra memoria esperando despertar nuestra sonrisa. El pasado domingo fue el día internacional de los archivos. Vaya desde aquí mi reconocimiento a quienes velan porque nunca mueran.
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