Publicado en Diario de Noticias de Alava el miércoles 19 de junio de 2019
A veces tengo la impresión de que, como no sabemos qué hacer con todo eso que quitamos a los animales para que mejor vivan, nos lo ponemos nosotros. Collares, bozales, correas y sobre todo anteojeras. Me refiero a esas piezas que caen junto a los ojos del animal, para que no vea por los lados, sino de frente, y que la RAE, que alguna vez hace las cosas bien, define también como “actitud mental o prejuicio que solo permite ver un aspecto limitado de la realidad”. Nos las ponemos lo mismo para aceptar donaciones que para hacer pactos y, sobre todo, cuando hablamos de sostenibilidad en las ciudades. Ignoramos la realidad que nos estorba y nos rodea y jugamos a crear islas sostenibles, como si fuésemos jeques en Dubai. ¿Y quién paga todo esto? Los montes paganos. Nos ponemos a hacer un tranvía sostenible y para construirlo usamos montañas de hormigón. Cemento que sale de canteras que revientan nuestros montes y arena que sale del gran agujero blanco de Laminoria. Renovamos las aceras con piedras que devoran roquedales y asfaltamos nuestras calles con sintéticos porque hemos agotado los naturales. El tranvía, como el bus listillo, circulará con electricidad que viene poste a poste por montañas y praderas para librarnos de malos humos. Y para que no haya que quemar el carbón que también hemos agotado, ni usar centrales nucleares que luego explotan, pues inundamos valles y llenamos los cimas de molinos. ¿Dónde va a parar? Es mucho más sostenible. Y puestos a hablar de trenes, como son tan molestos, los soterramos aquí para poner parques y por el resto partimos valles, cavamos trincheras, perforamos túneles, y ale, a Bilbao en media hora y con aire climatizado. De urbe a urbe y tiro porque me toca. Eso sí, si el domingo vamos al campo y vemos el destrozo nos quejamos y exclamamos indignados: ¡Hay que ver cómo “están” dejando “nuestros” montes!
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