Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 18 de septiembre de 2019
Se acaba el verano y quien más quien menos tiene algo que contar. Lo mismo da la terraza del bar, la consulta del doc, la cola de lanbide o cualquier otro lugar. Así ha sido siempre hasta que dejó de serlo. Ahora todo lo que importa se cuenta en Internet. Y se cuenta tanto y se llega tan lejos y tan ancho que a veces ocurren cosas como la que oí el otro día comentar a unas vecinas de trayecto en el urbano.
Hablaban de cierto pueblo perdido por ahí, de cuyo nombre no me acuerdo y si me acordase tampoco diría. Pueblo de vecinos y habitantes, con bares de consumo propio y montes para pasto de ovejas y de vacas, sin GRs ni BTTs ni agroturismos con encanto. Un pueblo de pueblo, lo que no impedía, según contaba la vecina, que el ayuntamiento se hubiese marcado el tanto de construir unas piscinas. Las señoras se bajaban dando un paseo y jugaban a la brisca a la sombra de una encina mientas los nietos chapoteaban en el agua y nueras, yernos y otros primos daban cuenta de unas jarras. La cosa es que fue un tío listo y publicó en el Internet ese que las piscinas eran de lo mejor de la comarca, de dimensiones olímpicas, con su césped y hasta un bar con sus cañas y sus tapas y encima a precios de pueblo. ¡Todo un lujazo low cost! Para rematar la jugada, el buen “influencer” dejó caer que, además, cierto actor de estos de serie de plataforma y rompe corazón de adolescentes solía andar por allí luciendo su cuerpo serrano untadito en crema y sin pelo en el sobaco. Resultado: invasión al canto y mi vecina de asiento, sus amigas, sus nueras, sus yernos y sus niños, sin sitio bajo la encina, ni en la piscina, ni en la barra; jugando a la brisca en la cocina, mientras los niños chapoteaban en un barreño y el resto se tomaba las cruzcampo sentados en la silla baja a la puerta de la casa. Maldito Internet, pensé yo mientras cerraba mi “feisbuk”.
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