Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 20 de noviembre de 2019
No hay cosa que más enerve cuando estás de los nervios que oír aquello de “cálmate, no te pongas nervioso”, dicho además así, en imperativo, ¡cómo si fuese tan sencillo! La calma ni se crea ni se transforma, se fabrica con tiempo y paciencia, y cuando se pierde, a menudo un desahogo a tiempo evita males mayores y nos devuelve el equilibrio. Cuando es impuesta suele provocar el nervio a quien la sufre. Lo mismo da un camarero tranquilo, que un paciente demasiado paciente, un cliente sosegado que no mira atrás o ir en el taxi o el bus que te lleva tranquilamente a llegar tarde allá donde vayas. Y es que esa es otra. Nuestras autoridades han emprendido una cruzada con un gran objetivo: calmar el tráfico. Y eso estaría muy bien si no fuese por un pequeño detalle: a los conductores, que en definitiva son personas y hasta pagan sus impuestos, cada vez les cuesta más mantener la calma. Habrá que instalarles cristales insonorizados para que no se oigan los improperios que sueltan mientras les calman. Y es que digo yo que, si además de calmar el tráfico, a alguien le preocupase calmar a los que circulan, igual la derecha era habilitar por ahí alguna zona de tráfico alocado, donde correr un poquito sin riesgos, para luego ya seguir más relajados. Seguro que hay tramos asfaltados por ahí sin casas ni colegios donde sacar un poco de partido al deportivo ese que nos hemos comprado con tanto esfuerzo hipotecario. De paso quemamos un poco de rueda y así lo mismo evitamos el ERE de los que se dedican a la industria del neumático, que por aquí son unos cuantos. Bueno, y eso por no hablar de las furgonetas. Vamos, que es para ponerse un poco nervioso si pensamos en qué vamos a hacer cuando triunfemos a nivel global y consigamos que esos diablos de cuatro ruedas dejen por fin de circular por todas las calles del planeta. ¡Que cunda la calma!
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