Compartir

Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 11 de marzo de 2020

Es difícil entender lo que no se explica. Las medidas que se van tomando para no alarmarnos tranquilizan tanto como leer los efectos secundarios en el prospecto de un tranquilizante. Son grandilocuentes pero incongruentes. El lunes decretamos el cierre del campus para que no se junten las mismas mujeres que el domingo estuvieron juntas peleando mano a mano. Cerramos los colegios y aislamos a los niños para que no se contagien y convivan con sus abuelos, porque los padres pueden seguir juntándose en sus trabajos. Me recuerda a cuando veo familias en bici en las que sólo llevan cascos los pequeños. Se ve que una vez que crecemos la cabeza ya no hace falta protegerla. Acabaremos recibiendo instrucciones para circular solos en nuestros coches, sobre todo en hora punta, no sea que resulte complicado mantener el metro de distancia en el bus o en el tranvía. En los bares veremos a las cuadrillas formando como antaño en el patio del colegio, con el brazo extendido para marcar distancia. Seguiremos hablando de la caída del IBEX 35 mientras mucha gente de a pie pierde dinero porque no factura. Aplazamos reformas, cenas, conferencias, exposiciones, conciertos, eventos varios y hasta la pintura de las uñas. Y eso no es dinero aplazado, es dinero que no se cobra. Porque esa es otra. Rescatamos a la banca con dinero de todos, pero la histeria esta no la van a pagar los bancos ni las grandes empresas. La están pagando los de abajo, los de los ingresos a salto mata, los de los trabajos esporádicos, los autónomos y los eventuales. En esas sociedades colectivistas que tanto se critica reivindicar y que tan antiguas parecen, esto sería de otra forma, por que la base de una sociedad es, o debiera ser, compartir las duras y las maduras, los beneficios y las perdidas, y por supuesto la información, aunque visto lo visto de eso ya ni hablamos.

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.