Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 6 de mayo de 2020
Si hay algo que está poniendo de manifiesto la evolución de esta pandemia, además de lo que nos muestran las páginas anteriores a esta, es el absurdo de las fronteras y lo poco que nuestros dirigentes saben de lo que realmente la gente quiere hacer.
Vivimos encerrados en un mundo de límites. Algunos son sibilinos, como las fronteras a las que nos hemos ido acostumbrando. Están sin parecerlo, hasta que se levantan de nuevo y separan no sólo estados, sino también provincias y municipios. ¡Qué poco humano resulta esto de tener que salir de excursión con GPS! Y eso por no hablar de muchos otros sinsentidos, Treviño incluido. Ahora son evidentes, pero ya estaban antes. Son esas barreras que se crean y se destruyen a golpe de guerra o talonario. Las que deslindan culturas son, sin embargo, algo difuso, una membrana ancha y porosa a través de la que nos relacionamos.
Pero hablando de necesidades humanas, resulta chocante cómo la “desescalada” atiende a todo menos a lo que la gente quiere. El ser humano es en origen un animal de manada. Esta impronta no sólo no se perdió con la “desanimalización”, sino que es, de hecho, una seña de identidad del género humano. Somos bichos sociales y a menudo, por eso mismo, gregarios. Cuando se nos encierra y aísla, aunque los motivos estén justificados, nuestro anhelo no es correr, sacar la bici o cortarnos el pelo. Lo que queremos es socializar y encontrarnos con los nuestros, aunque sea a metro y medio. Por eso, a falta de esos espacios y tiempos para socializar de forma prudente y responsable que tan bien nos hubiesen venido, se nos empuja a ponernos el chándal que se aburre en el armario, o coger el perro, el niño o la bolsa del pan, cuando realmente ni tenemos hambre, ni ganas de sudar. Sólo queremos vernos y hablar, y eso es lo único que no nos dan. Ya hablan ellos por todos los demás.
Ni yo lo hubiera dicho mejor 🙂
Bien visto. Efectivamente. Sólo queremos hablar. Es más, hasta nos dan ganas de hablar con personas con las que no hemos hablado en años. Y, con tal de hablarnos, como la pantalla es muy fría, quedamos en el supermercado y hablamos de un lado al otro de la estantería de las conservas. Y si hay que hacer deporte, pues se hace. Que si fuera por nosotros, como bien dices, un banco en el parque por turnos nos valdría aunque le pongan una pantalla divisoria de plexiglas. A alguno le faltaría el achuchón, o el tantarantán, que cada uno necesita tacto a su manera. Los gobernantes, como siempre, no entienden las verdaderas necesidades de su pueblo. Se creen que mientras nos echen de comer como a los gorrinos, nuestras necesidades esenciales están cubiertas. Y, efectivamente, están todas cubiertas menos las que nos hacen esencialmente humanos.