Ni siquiera los pájaros pían en balde. Lanzan sonidos para algo más que para escucharse. No como los humanos, que si es verdad que es un vicio de siempre, de un tiempo a esta parte se va acentuando. Y si en las cuñadas y cuñados puede ser perdonable por aquello de la falta de recursos culturales, en las clases dirigentes es doblemente imperdonable, por el ejemplo que da y por lo que en sí mismo supone. Y detrás de todo está la falta de educación, de la una y de la otra. De la una en lo que empobrece entender el debate como una sucesión de turnos de palabra y nada más, negando cualquier posibilidad de cambiar el discurso en virtud de lo que se oye porque lo que hay que responder (?) ya está escrito. De la otra porque la propia posición ignora en absoluto la del contrario. Se ve que ya no se hace el ejercicio aquel de ponerse a defender una postura en la que no se cree para aprender a debatir, rebatir y sobre todo comprender. En la contienda política oímos a diario argumentos que demuestran la incapacidad para entender el por qué dice el contrario lo que dice, y hasta incluso para asumir en qué medida uno mismo es responsable de forzar al contrario a decir lo que dice. Encerramos al gato y nos quejamos de que se revuelva como un gato encerrado. Nos enredamos en el “y tú más” y nos olvidamos del “si coincidimos en que está mal, ¿cómo lo podríamos evitar?”. En cualquier caso, y aún poniéndonos en lo peor, hasta dejamos de lado consejos inmemoriales como aquel de “al enemigo puente de plata“. Y es que en la vida a veces hay que tomar decisiones serias. Si somos enemigos irreconciliables a batirnos y dejarnos de florituras, y si no lo somos, a evitar que lo seamos, porque, siguendo con las vetustas enseñanzas, el que siembra vientos recoge tempestades, y luego, cuando solo quedan ruinas se lamenta mientras oye como alguien le recuerda que de aquellos polvos vienen estos lodos.
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