Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 24 de junio de 2020
Se nos acaba el curso y llega el verano. Superado el estado de alarma nos hemos instalado en el de incertidumbre, pero, y aquí empieza el juego, alguna certeza vamos teniendo. Lo que eufemísticamente llaman la nueva normalidad es en realidad la “peronormalidad”. Todo va a ser normal, pero con algunas anormalidades. Podremos ir a la playa, pero sin apretujarnos, y según en cual sin ni siquiera tumbarnos. Podremos sentarnos en las terrazas y hablar alto, pero si se ponen unos músicos a tocar tendremos que levantarnos, porque música en directo como que no. Y hablando de espectáculos, podremos amontonarnos en el avión, el bus o el tranvía, pero no en una sala de conciertos. Seguiremos gastando en grandes proyectos de movilidad, pero ahorraremos en los urbanos diarios. No olvidaremos teatros y auditorios, pero de momento no habrá Jazz y del resto ya veremos. Podremos ir a la piscina, pero a lo del verano vitoriano tendremos que sumar los horarios y los turnos. Tendremos tiempo para preparar el curso que viene, pero no sabemos si podremos cursarlo, porque no está claro dónde y cómo vamos a meter con distancia a los alumnos. Esos mismos que comparten sus vidas agitadas arrebujados a la puerta del centro en el que los separaremos. No vamos a tener fiestas, pero veremos por videoconferencia cómo alguien enciende un cohete cuyo estallido oiremos por la ventana abierta y sin arremolinarnos. Podríamos dedicarnos a estudiar, o pasar el verano investigando, pero las salas de estudio abren con cuenta gotas y los archivos ya ni sabemos. Podría seguir hasta el infinito pero se me acaba el sitio. En fin, que cualquiera diría que todo esto de la nueva normalidad sólo es una vuelta de tuerca más a la que tendríamos que contestar con el grito de guerra de nuestras madres, “ni pero ni pera”, pero lo dicho, mejor dejarlo estar. Feliz verano.
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