Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 23 de septiembre de 2020
El pasado sábado el diputado general entregó la medalla de Álava al Instituto Alavés de Arqueología y a Armando Llanos. Merecido homenaje al que me sumo sumando. Porque uno comprende que estos momentos de predicar con el ejemplo todo eso del distanciamiento y la evitación de reuniones multitudinarias quizás no eran los mejores para un acto coral, por eso quiero agrandarlo aquí.
Fueron tiempos distintos aquellos en los que la arqueología en Álava, tal como la conocemos hoy, comenzó a dar sus pasos. Había mucho de vocación y entrega, y tanto afán de trabajar con rigor científico como falta de profesionalidad. Entiéndase bien esto último, la gran mayoría de aquellos pioneros generaban su pecunio en sus respectivas profesiones, y donde otros jugaban a las cartas al salir del currelo estos estudiaban y hacían cursos; donde otros se iban el fin de semana a dar un paseo estos salían de prospecciones y donde otros se iban en vacaciones a Torremolinos estos las pasaban excavando de sol a sol en nuestros pueblos. Y allá estábamos año tras año con los Llanos, los Agorretas, los Fariñas, los Vegas y otros muchos. Y hablo en plural porque aquello era una embarcada familiar. Y por ahí viene la otra suma que me gustaría hacer a este merecido homenaje. Y es que en el contexto actual en el que como sociedad compartimos el empeño de ir sacando del olvido el papel de las mujeres en la sociedad y en la historia, creo yo que se merecen un reconocimiento y grande aquellas mujeres que compartían desvelos arqueológicos durante el año; que pasaban sus veranos lavando piezas, signando, excavando y que además cuidaban de sus hijos. Vaya una medalla en tinta y papel para Mari Nieves, Emeri, Mari Paz y Mari Sol, y bueno, ya puestos, otra también para Lourdes Albertos, que aunque no era madre era como una tía para todos. Mujeres en las excavaciones, Si.
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