Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 18 de noviembre de 2020
Hay que ver cómo nos cambian la vida sin darnos cuenta. Y todo porque lo que para unos es esencial para otros es accesorio y viceversa. Va alguien, toma una decisión de calado y deja al común de los mortales en riesgo evidente de acabar empapados de sí mismos.
Hasta hace poco teníamos, quien más quien menos, una rutina previa de comprobaciones antes de salir de casa: llaves, teléfono, cartera, gafas… en fin, esas cosas que te evitan un uso innecesario del ascensor para volver a por ellas. Desde hace unos meses hemos sumado lo de la mascarilla, y ahí anda la gente propensa al olvido recurriendo a trucos varios. Hay quien distribuye las de repuesto en bolsillos, bolsos y carteras, y quien directamente lo que hace es dejar un par de ellas en el buzón para evitar al menos lo del ascensor. Pero ¡ay!, de un tiempo a esta parte, antes de salir de casa, es esencial disciplinarse y pasar por el baño. Que se lanza uno a la calle a dar su paseo o hacer recados varios, que de todo se puede hacer menos de algo, y se encuentra de repente con la realidad: en caso de necesidad ya no existe el comodín del bar. Y esto, que parece accesorio, resulta capital, especialmente a partir de cierta edad. Lo de llevar pañal podría resultar un poco humillante, así que habría que pedir aclaración a las autoridades sobre la posibilidad de no sancionar por miccionar en vía pública a quien portase el oportuno certificado médico de incontinencia, próstata o infección de orina. Pero claro, fijo que con el certificado nos pasaba como con el resto, siempre se olvida cuando hace más falta. También podríamos acostumbrarnos a llevar una botella vacía para usar discretamente en caso de emergencia, como hacen los conductores de camión para no detener la marcha, y si nos inquieren por lo que llevamos contestar tranquilamente: el tarro de las esencias, ¿quiere probar?
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