Si has empezado a leer esto, tranquilo: no me he convertido en vulcanólogo. Aspiro simplemente a compartir con quien me lea algunas reflexiones sobre los ríos de lava que desde hace un par de días invaden nuestras pantallas.
Me llama la atención el creciente emocionalismo con que se aborda la información (o lo que sea) en este siglo XXI en que vivimos. Tenemos profusión de medios y capacidades tecnológicas para vestirlos, pero la usamos para desinformarnos. Con lo fácil que sería disponer de personal científico de calidad, lo adjuntamos al decorado, en el mejor de los casos, y seguimos opinando los mismos. Eso sí, enviamos al intrépido comando de cuenta desgracias y, mientras repetimos hasta la saciedad las mismas imágenes descontextualizadas, conocemos con cara desencajada la dramática situación de dos turistas, alguien del vecindario y 7 cabras. Sabemos con detalle la historia de una piscina, y repetimos como papagayos 3 o 4 números, pero resulta difícil hacerse una idea cabal de la situación en contexto y de su evolución prevista, que fijo que hay quien la conoce, que para eso hay disciplinas bien nutridas de personal como la geología, la topografía y hasta incluso la dinámica de fluidos que, en combinación con las capacidades de recreación 3d del mundo en que vivimos podrían, como decía, darnos una visión más objetiva del acontecimiento que vivimos.
Por otra parte, esta tendencia a lo emocional a menudo encubre otros enfoques sobre el asunto. A nadie se le escapa la tragedia personal que supone quedarte sin tu casa y sin tu terreno. Pero no es menos cierto que no hablamos de la caída imprevista de un meteorito. Hablamos de un volcán en una isla volcánica, un sitio donde igual seria más prudente alquilar que comprar, porque quien compra, y quien autoriza y regula ese mercado, debería de ser consciente de que lo hace en precario. El volcán está presente, no es un accidente imprevisto sino uno del terreno.
Los ríos de lava y las lágrimas que provocan esparcen su humo sobre nuestra realidad cercana, y tapan aquí y allá los volcanes que nos afectan, a veces de forma más callada. Y ahí cada cual tiene los suyos y los de todo el mundo. Cuando se apaguen, los maestros del llanto y la emoción buscarán otras desgracias, pero el humo seguirá siendo el mismo.
me has entendido perfectamente, es lo que venía a decir
Lo mismo se podría decir de quien vive en el lecho de un río seco, en una falla tectónica o por debajo del nivel del mar o de los ríos colindantes (o sea, mi caso). Ya deberíamos saber a lo que nos atenemos y, sin embargo, fastidia lo mismo cuando ocurre una desgracia porque la capacidad de pensar a más de una semana no siempre está presente en el homo supuestamente sapiens.