Reconozco que soy un poco diógenes. Tengo colecciones y guardo objetos en cajas. Algunos de ellos llevan décadas conmigo. Me han acompañado en mudanzas y traslados y han viajado a mi lado y dormido en Vitoria, en Madrid, en Villalba, en Pobes, en la Puebla y de nuevo en Vitoria. Son objetos que, así sin más explicación, cualquiera en una limpieza tiraría a la basura, pero que si están ahí por algo será. Todos en mayor o menor medida los tenemos. Cosas que un día decidimos guaradar porque nos evocaban algo o alguien. Una persona, un lugar, una experiencia…. Son, en definitiva, la materialización de nuestra memoria.
Pero la cosa es que la memoria tiene varios problemas. El primero de ellos es que, si no los sacamos fuera, los recuerdos que visten todos esos objetos se irán con nosotros y los dejarán como huérfanos camino de la papelera. El segundo es que sin necesidd de que nos vayamos del todo y para siempre, esto de vivir es irse yendo lentamente, y según pasan los años la memoria nos suele ir jugando un número creciente de malas pasadas. Olvidos los llamamos. El tercero, es que como la memoria es nuestra la vamos poco a poco conformando a nuestra medida, y ocurre que a veces no evocamos hechos ciertos sino los relatos que en torno a ellos nos hemos ido construyendo.
En este retomar la disciplina del escribir diario he pensado que sería un buen momento para ir enmarcando la galería esta de mis horrores enlatados y compartir, un día por semana, alguno de estos objetos con la historia que justifica su presencia en mis baules. Lo hago más que nada por mi mismo, pero pudiera ocurrir que si me esfuerzo, resulte una colección de algo parecido a un compendio de microrelatos o incluso a algo parecido a una autobiografía muy de mi estilo, caótica y desordenada, como un retablo de fragmentos. No sé lo que saldrá pero bueno, tengo una semana para pensarlo.
Leave a Comment