Mi hija se ha ido de intercambio universitario a estudiar un curso de Historia en Corea la buena, la del Sur. Vive en un campus en la periferia de Seul. Los fines de semana aprovecha para ir conociendo la ciudad. Hace ya algún tiempo me habló de un bar, café o similar cuyo atractivo es que mientras tomas tu consumición puedes disfrutar de la compañía de ovejas. Sí, como lo oyen. Ovejas que deambulan por el local y se dejan tocar y demás. Lo de los gatos ya lo conocía, ¿pero ovejas? Como es fácil de suponer pedí fotos, y vive dios, sabe quién, que el asunto es cierto. El bar de las ovejas existe. Y diré más, mucho me temo que no tardaremos mucho en verlo por aquí. La cosa es que realmente esto, más que el fin del mundo en general, si que seguramente querrá decir algo. Parte de la luz la vi viendo el finde semana pasado la noche temática en la 2. Eran un par de documentales muy bien documentados que hablaban de la importancia del tacto, y por ende del contacto. Una maravilla verlos. Documentales muy actuales que hablaban del sentido del tacto como uno más de los factores evolutivos. De la importancia de sentir, de dar y recibir. De las sustancias que genera en el organismo y de los valores que reporta. Y claro, al hilo de la pandemia, y de la creciente individualización y de la falta de contacto físico con algo vivo, buscamos lo que sea para sustituirlo, aunque sea el poder tocar a una oveja y dejar que la oveja nos toque. Visto así no se trata tanto de una pulsión animalista, sino de un simple instinto humano para poner en marcha nuestras terminaciones nerviosas C y estimular la producción de oxitocinas y no sé que otras inas que nos hacen sentirnos bien.
Vendrán a nuestras tierras bares con ovejas y otros bichos para suplir la falta de abrazos, de apretones de manos y de palmadas en la espalda, mientras seguiremos, como las yeguas, frotando nuestras espaldas contra los marcos de las puertas para arrascarnos.
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