Una de las ventajas que tiene ser vasco es que puedes cambiar de estado sin salir del país. Te produce una extraña sensación sentirte extrajero en tu tierra, pero a la vez te da la oportunidad de estar dentro y fuera. Ser español debe ser otra cosa, o al menos así lo parece en ocasiones. Porque cuando se habla de las identidades y de cosas parecidas se habla de sentimientos, y cuando nos metemos por ahí nos alejamos de las razones y nos sumerginmos en el telúrico mundo de las emociones.
Este fin de semana he estado en Donibane Lohitzune, Saint Jean de Luz. Muchos textos en euskera y todos en francés. Para un español, el francés no debería ser muy complicado de interpretar, al menos cuando lo ves escrito, y el euskera, si españa se creyese en su diversidad, pues tampoco, porque lo lógico sería que cualquier español tuviese la oportunidad y las facilidades, incluso en el sistema escolar, de aprender unas nociones básicas de los que, constitucionalmente, no dejan de ser idiomas tan españoles como el castellano. Pero sabemos que eso no ocurre, y apelando a esas emociones de las que antes hablábamos, uno empieza a no tener muy claro si le convence mucho, poco o nada eso de “sentirse español”.
Uno se acerca a un puesto de postales, y ahí está simbólicamente expresado. Un par de vasquitos y neskitas al pie de un texto que reza “Pays Basque” en una postal, una andaluza con su traje de faralaes junto a la palabra “España” en otra. No es difícil adivinar a que se siente más cercano uno y de qué más ajeno.
Ya para rematar, se acerca uno a un bonito mirador, con zonas valladas con un cerquillo de madera y un cartel que dice en francés y en euskera que no se puede pasar y por qué. Razonando la prohibición, como demandan los pedagogos. Las razones son básicamente dos: porque es peligroso, y porque si pisoteamos todo nos cargamos unas especies de flora y microfauna tan valiosas como nosotros. Para rematar el mensaje, un par de placas con flores a sus pies pegadas a la valla recuerdan los puntos desde donde desavisados ciudadanos se despeñaron con fatales cosecuencias. En resumen, indicios varios para indicar que algo no se debe hacer, la valla, internacionalmente reconocible como un límite a no traspasar, los avisos en dos idiomas y las ejemplos palpables de las consecuencias de arriesgarse basados en hechos reales. Pues bien. Un grupo de jóvenes comienzan a colarse por un resquicio de la valla para probablemente hacerse un selfie al borde del barranco. Hablan a voces entre ellos, y se puede suponer ya más de uno en qué idioma lo hacen, sólo diré una de las perlas que soltó uno de los mocosos: “vamos a hacer que hablamos italiano para que no se note que somos españoles”. Pues eso, que a mi no me hace falta hablar italiano porque a ese respecto no tengo porque ocultar lo que no soy.
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