Inventos

Volvemos a las andadas. Vitoria – Gasteiz se enzarza en una discusión trascendental. Si la persona que encarna a Celedón es una mujer, ¿se acabará el mundo? Para desdramatizar el asunto vamos a hacer un ejercicio: intentar explicar la polémica a un foráneo. Vamos a ello.

Pues verás, allá por el siglo XIX se celebraban en septiembre unas fiestas en Vitoria, ya sabes, toros, feria, bailables y mucho vino. Vitoria, antes del cambio climático, era famosa por su escasez de estaciones, vamos que se cumplía aquello de nueve meses de invierno y tres de mal tiempo, así que a alguien le pareció oportuno pasarlas a agosto, y como el 5 es el día dedicado por el santoral a Santa María de las Nieves, y la nieve es blanca, y en la ciudad había una imagen de la Virgen Blanca, pues dijeron ale, les llamaremos las fiestas de la Blanca y así las celebramos en agosto que lo mismo hasta hace un poco más de calor.

Se incluyeron misas, procesiones y esas cosas para darle un lustre más espiritual al asunto y siguieron los toros, los bailables y los cánticos. Como a los toros se iba a merendar, y a los bailables a ligar, para estar como pinceles a los mozos se les ocurrió usar los blusones que llevaban los gremios al currelo para ponérselos encima de la ropa cuando iban a los toros y evitar los lamparones de la merienda sobre la camisa blanca que tenían que lucir luego en el baile.

Así que, como aquí somos todos muy de ir en grupo, pues cuando las cuadrillas de amigotes iban a los toros con sus cazuelas y sus blusas, en un alarde de imaginación las gentes del lugar les empezaron a llamar “los blusas”.

El paseíllo aquel un poco anárquico se fue institucionalizando y con el paso de los años los blusas comenzaron a organizarse en cuadrillas más organizadas, se ponían nombres y se uniformizaban, la blusa de un color, el pantalón de otro, y demás, y bueno, la blusa ya no era tanto de quita y pon, sino que se convirtió en el atuendo habitual de todo el ciclo festivo, vamos, que lo mismo valía para ir al rosario, que al almuerzo, que a los bailes y que a los toros. Ya había alguien en casa en cargada de tenerlas niqueladas para el día siguiente.

Siguió pasando el tiempo, y a finales de los 50, a un grupo de jovencitos bullangueros se les ocurrió que quedaría bonito empezar las fiestas haciendo bajar a un muñeco desde la torre de una iglesia. Dicho y hecho. Al muñeco, que en origen se llamaba Pepito, lo vistieron como un aldeano que habían visto en una revista hacía años, y le llamaron Celedón, que cuenta la tradición que era un figura que venía del campo a la ciudad todos los años por fiestas, y como buen alavés, y aún siendo agosto, no olvidaba nunca su paraguas, que aquí el verano es primavera.

La cosa cayó en gracia y el invento se hizo costumbre, y autoridades y vecindario se lanzaron a juntarse todos los 4 de agosto a ver como “la alegría bajaba del cielo” mientras se encendían un puro y cantaban una canción. Luego ya cada cual a sus asuntos menos los blusas, que desfilaban en alegre paseíllo camino de los toros desde el centro hasta la plaza y que, concluido el festejo hacían el recorrido de vuelta para perderse luego en cenas, bailables y otras alegrías a remojo.

Con el tiempo, y me da a mi que un poco a cuenta del inicio de los san fermines, le dio a alguna gente por empezar las fiestas descorchando cava a lo salvaje, costumbre que se extendió como la pólvora en pocos años. Esta nueva costumbre, como es de suponer, era 100% incompatible con la de los puros, así que, por decisión mayoritaria de los regantes, lo del puro se convirtió en algo residual mientras la plaza nadaba en cava baratillo.

Siguieron pasando los años y cambiando las costumbres, y de pronto como que lo de los toros empezó a parecer a unos poco correcto y a otros mucho caro. Así que el paseíllo de los blusas aquellos que iban a los toros se convirtió en el de los blusas que iban a la puerta de la plaza y, mientras duraba el festejo, echaban sus copas y partidas por la zona hasta que llegaba la hora de volver en paseíllo de los toros a los que no habían entrado.

Lo de lo poco correcto y lo mucho caro fue en crescendo y finalmente, la recién inaugurada nueva plaza de toros pasó a llamarse Iradier Arena, y se suprimieron las corridas. Pero eso sí, el paseíllo a los toros que ya no había siguió como si nada hubiese cambiado.

Bueno, un cambio si que también había llegado. Las mujeres de la ciudad, cansadas de lavar blusas, se pusieron sus trajes de neska y se sumaron a la fiesta de tú a tú. Al principio hubo cuadrillas que no las quisieron, porque eso era como el coñac, cosa de hombres, pero triunfó el sentido común y acabaron por entrar en las cuadrillas de amigos que iban a los toros y convertirlas en cuadrillas de Blusas y Neskas para seguir desfilando en feliz armonía camino de unos toros que ya no existían.

También se inventó un día dedicado a los pequeños, y para alegrarles la jornada y de paso irles metiendo en el cesto hasta hicieron su propia bajada del celedón, sólo que, como los tiempos estaban cambiando, y para bien, creo yo, no bajaba solo un celedón, sino dos, un chico y una chica.

De la cosa de los animales, allá por el siglo XX alguien se inventó una carrera de burros en las que a veces era difícil distinguir quien era más burro. La cosa fue perdiendo gracia y acabó por suprimirse, pero como la costumbre de la carrera ya estaba hecha, pues a otra mente pensante se le ocurrió inventar una carrera de barricas de madera y ahí vamos, haciéndola tradicional.

Hubo más inventos en estos años, como las txoznas, los grandes conciertos y que se yo que más, y así llegamos a hoy en día. Toda una serie de inventos reinventados para que cada vez sean más los que quepan en la fiesta y la sientan suya, como esas criaturas crecidas en la costumbre de ver bajar a un niño y a una niña y recibir sus saludos desde el balcón de igual a igual, que cuando van creciendo se preguntarán a ver cuándo y cómo es que Celedón se quedó viudo o sin pareja.

Pero vamos, que resulta que no se puede inventar más, dicen algunos, y parece que suena mal, porque lo que dicen en el fondo algunos de los algunos es que se resisten a terminar con el último reducto de lo que fue y ya no es, la fiesta como un espacio para que beban y se diviertan los unos mientras las otras les guisan les bailan y les lavan la ropa.

Y eso es todo, los tiempos cambian, las cosas de toda la vida, muy a menudo, tienen sólo un puñadico de años, y lo que en nuestra juventud fue nuestro lo es ahora de otras juventudes, y eso es bueno si va cambiando a mejor y más amplio, aquí y en Sebastopol, se llame alarde o se llame Celedón.

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