Treviño y las medallas

este pasado lunes 23 se produjo en las Juntas Generales de ílava un curioso debate. Un debate cuyo resultado tiene, al menos para mí­, un resultado agridulce. Comenzaba todo por una propuesta del PNV para conceder la medalla de ílava a los alcaldes de La Puebla de Arganzón y de Condado de Treviño y culminaba con una sinfoní­a del desencuentro. Me preocupa el tema de Treviño, porque como alavés de nacimiento me toca muy de cerca y como ciudadano castellano leonés del municipio burgalés de La Puebla de Arganzón me toca los… bueno, creo que se me entiende.

Los ciudadanos tienen la impresión, o al menos así­ la expresan con frecuencia, de que los polí­ticos tienen entre sus habilidades primordiales la de ponerse medallas. Bueno, los polí­ticos y muchos otros. No seré yo quien diga que los alcaldes en cuestión no hayan dedicado tiempo y esfuerzos a tan noble tarea, cosa que, por otra parte, es su obligación y su compromiso con quienes les votaron.
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El cauce y las orillas

Cada vez que Ibarretxe en campaña usaba el sí­mil del cauce y las dos orillas, habí­a quien se negaba a meterse en el rí­o e incluso tachaba de irreal la parábola. Tras los resultados del 17 de abril, fue unánime para los de siempre que la figura no tení­a sentido.

Pero mira por dónde va y comienza la legislatura y uno no puede menos que recordar a Heráclito y a su parábola del rí­o. El agua fluye, los bañistas cambian, pero el cauce permanece, y con él las orillas.
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¿Monarquí­a constitucional?

Todos preocupados porque la Constitución discrimina a las princesas, y eso hay que cambiarlo, claro, porque en pleno siglo XXI no puede haber discriminación por razón de sexo.

Pero es que esa pugna entre prí­ncipes y princesas esconde en realidad una flagrante discriminación por razón de nacimiento, y eso sí­ que no es concebible en el siglo XXI.

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La ‘plataformacracia’

Un nuevo elemento está emergiendo con una fuerza inusitada por las grietas del sistema. La plataformacracia , una estrategia que reune una serie de caracterí­sticas que hacen que su desarrollo sea inevitablemente exponencial.

Para unos supone un atajo, una forma harto eficaz de subvertir el entramado institucional de la democracia representativa. Para otros, es una manera perversa de interpretar a su modo lo que significa la democracia participativa. Los más taimados la usan como una forma limpia y muy barata de desgastar al adversario.

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